Hacía días que no jugábamos a nada con las calabacillas, la verdad. Así que cuando el otro día la Sra. Lantern propuso hacer alguna partida a un juego de miniaturas con los chicos no pude resistirme.
Todo nació el mismo dia, mientras preparábamos la comida. Esperando que lo que había en el horno se acabase de hacer me puse a mirar el teléfono, donde encontré una foto de un playset de plástico de Games Workshop muy chulo, el Warscryer Citadel, que alguien había montado de una manera muy conseguida. Otra persona habría mirado fotos de tías en bolas o de coches, pero yo no, yo miro cosas de estas. Y cuando lo vio, la Sra. Lantern recordó que habíamos propuesto de montar alguna mesa de juego para Mordheim (sí, ese juego del que tengo un artículo "haciéndose" desde hace más de un año, ese mismo) para jugar con los peques. Y me propuso jugar esa misma tarde. Después de comer ella montaría el tablero de juego con los peques mientras yo aprovechaba para estudiar y por la tarde jugaríamos todos.
Una buena idea la verdad, sólo falló por dos nimiedades. Una, que con el escándalo que montaron no conseguía meterme con el análisis de Jane Eyre. La otra, que cada cuarto de hora tenía a mi Sra. esposa en mi cuarto a buscar algo. ¿Hola, tienes algo de cartón? Sí, aquí, toma. ¿Hola, y cola blanca? Sí, toma cola blanca. ¿Y grava o piedras? Sí, las dos, toma. Perdona que te moleste otra vez, ¿te queda arena? Sí, sí, aquí, toma la arenaaaaa.. Total, que al final cuando me llamaron no había conseguido estudiar nada y subí con una actitud poco lúdica. Pero el entusiasmo con el que los peques estaban esperando no permitía cambio de planes, así que me resigné, pillé un puñado de miniaturas, unos dados, un lápiz y una libreta y me dispuse a inventarme así sobre la marcha un tabletop de miniaturas. A ver, que salía de todo eso...
Lo primero que me encontré fue con el terreno de juego en la mesa. Un bosque, separado de una misteriosa torre sin puertas ni ventanas por un río multicolor (ahí hay magia, pero fijo). Lo de la torre se dieron cuenta al final, cuando ya estaba hecha y me recordó mucho al relato El Corazón de Piedra de no recuerdo qué autor, que salía en el muy denostado (y tampoco tan tan malo) libro Homenaje a Tolkien. Así pues, ya tenía escogidos a los enemigos.
Aquí, los héroes. Como cogí miniaturas casi al azar (voy a tener que organizarlas), salió lo que salió. Luego les día a escoger a cada jugaror entre un hombre o mujer, y que hiciera magia o fuese guerrero: un caballero vampiro interpretado por mi hijo mediano (que sorpresa, él, un guerrero...) y mi hija mayor una hechicera elfa. La Sra. Lantern escogió una monja, Hermana de Sigmar.
El malo, al que el Rey de el reino en cuestión decidió que había que sacar del castillo por las malas. Cosas del banco y la hipoteca, supongo. Lo que pasa es que el brujo goblin no estaba dispuesto a largarse por las buenas...
Mientras el guerrero casi falla la tirada de saltar al otro lado del río (si es mágico, seguro que es mejor no meterse dentro) pero es auxiliado por su hermana. Justo a tiempo como los goblins comienzan a salir de la torre (¿por donde?) con muy malas intenciones...
Y siguen saliendo...
La hechicera lanza unas cuantas bolas de fuego (en mi casa, no vale decir que se tira un hechizo si no gesticulas e imitas el ruido del mismo, eso es tan importante como tiras los dados) mientras el guerrero vampiro se enzarza en un cuerpo a cuerpo contra los primeros goblins (y si te despistas, él también te demuestra cómo es un mandoble con sus espadas de espuma semi-rígida justo en el medio de tu cada... la mitad que impacta es la mitad que duele...)
Mientras tanto, la monja del mangual (que había ido a buscar un puente, dejando a sus hijos a merced de los goblins, muy bonito...) se encuentra con que al brujo goblin no le gusta como está yendo el combate y decide intentar mantenerla separada de sus retoños, con lo que convoca unas cuantas arañas venenosas para que la ataquen. La hechicera elfa, que perdona a su madre el amago de abandono, sale a su rescate matando a una de las arañas antes de que lleguen a su objetivo.
Por otro lado, el guerrero vampiro no tiene problemas en seguir repartiendo espadazos a diestro y siniestro a la multitud de goblins que salen (¿pero por donde?) de la torre. Lo que tiene este chico con los dados, es como para plantearse el llevarlo al casino...
El jefe goblin, ya con un cabreo de narices de ver las tiradas que le salen al vampiro, decide invocar a más bestias, en este caso a un par de lobos salvajes.
La cosa se pone fea, fea...
... o eso podría parecer. Los hermanos suertudos comienzan a tirar críticos a lo loco y acaban con un enemigo tras otro casi sin problemas. Que su madre casi no tenga que preocuparse por las arañas, le permite tirar algún hechizo de curación. Aun así, para darle dramatismo al combate final, es mordida por una araña venenosa.
Soltando espumarajos por la boca de rabia, el brujo goblin juega su última baza, invoca a una armadura encantada del fondo del lago, que se encara a la hechicera, mientras el vampiro despacha a los últimos goblins.
Pero como si nada, un par de tiradas y muerto, sin demasiados problemas. Así pues los héroes se acercan a la torre, ahora extrañamente silenciosa.
Al final, la hechera se teleporta a la torre (total, ¿porqué bolas de fuego sí y teleportación no? Además, se hacía tarde...) donde descubre que el brujo malvado ha huído. Han cumplido su misión y reciben una buena recompensa en oro de parte del Rey.
Y con la partida hecha, recogimos y a cenar, que ya era hora.
Impresiones:
1) Aunque el tablero de juego no resistiría el análisis de un jugador "profesional" para estar hecho en tres horas con dos niños menores de 6 años, pues les quedó muy resultón, la verdad.
2) Las miniaturas, sin pintar pierden mucho. A ver si consigo ponerme a pintar de una vez.
3) Menudas tiradas que sacan estos dos enanos...
4) Jane Eyre acabó muriéndose de la risa, otro día pillaré la mochila y me iré a la biblioteca.