A mis pocos pero ferozmente fieles lectores de Ludus Fugit, así como todos lo que hayan podido incorporarse en el camino, quiero desearos que tengáis una muy felices navidades y un próspero año nuevo.
Espero de todo corazón que podáis disfrutar de estas fiestas con vuestros seres queridos. Volveremos a vernos muy pronto.
Diamonds and Rust es una de esas canciones que nunca sabes qué versión es la que más te gusta.
Para empezar, la original de Joan Baez es ya de por sí misma una señora canción, no solo por la letra que hace referencia a los recuerdos de un antiguo amor y su consiguiente ruptura, sino por la espectacular voz de Baez. Podéis escucharla aquí si os llama la atención. Por cierto, Joan Baez fue pareja sentimental de Bob Dylan y la canción se refiere a él. Dicen que Dylan fue de los últimos en enterarse de esto.
Gran canción, me gusta. A pesar de los cuarenta y largos años que tiene sonando muy actual. Que además me caiga muy bien Baez y su manera de pensar también ayuda, la verdad. Entre otras cosas, no solo no le molesta que hagan versiones de esta canción, incluso aunque sean de otros estilos musicales, sino que además le gusta que así sea. De hecho, yo conocí la versión original investigando sobre un tema (de los muchos que tienen que me encantan) de Judas Priest, del disco Sin after Sin, del 77, que desconocía que era una versión por aquel entonces:
Hablando de vozarrones de incar la rodilla, aquí está Rob Halford...
Pero claro, semejante canción tiene una gran cantidad de versiones. Como muchas, algunas mejores otras peores, pero suele verse con una cierta frecuencia. Así que no es extraño encontrarla de vez en cuando mientras escuchas a un nuevo grupo o incluso a alguno de los clásicos.
Yo la volví a encontrar al cabo de unos años de haberla descubierto, por cortesía de Ritchie Blackmore y su banda Blackmore's Night.
Que sí, que sabéis quien es. En serio, que sí habéis escuchado cosas de él. ¿Queréis apostar? El que diga que no, que haga click aquí y si la ha escuchado antes, me debe un euro. Acabo de ganar la apuesta (y dos o tres euros) por cortesía del ex-guitarrista de Deep Purple y Rainbow, del que todos conocen el famosísimo ritmo de Smoke on the Water.
Pues el caso es que el bueno de Ritchie, en algún momento de su exitosa carrera, decidió hacer un cambio de aires y reorientar su estilo completamente hacia los sones más melódicos y tradicionales, gracias a una fan, Candice Night, con la que llegó a grabar coros en Rainbow y que acabaría siendo no solo su compañera de grupo, sino su pareja sentimental y madre de sus hijos. Candice tenía una fuerte afición por la música renacentista y tocaba varios instrumentos de la época. Siendo Blackmore otro enamorado de ese estilo musical, acabaron uniendo esfuerzos (y apellidos) en Blackmore's Night, un grupo de folk-rock medieval/renacentista por el que, admito, siento devoción. Y admito también estar enamorado de la voz de Candice...
Ritchie y Candice. De candicenight.com
Sin llegar a ese folk clásico que abandono el ya mencionado Dylan, ni por ello dejar de lado esas guitarras, acústica y eléctrica, que ya dominaba Blackmore, el grupo se ha hecho un nombre con sus ya dieciséis discos, contando recopilatorios y directos, así como por largas giras por castillos de Europa, algunos incluso con el público vestido de época.
No me enrollo más, a ver qué os parece. A mi me encanta.
Si, ya, ya, hacía mucho que no colgaba un post sobre una partida a algún juego de mesa, soy consciente. La vida y sus cosas. Por suerte, habiendo "desfacido" ya el "entuerto" que me hice yo solito con mi cambio de trabajo, parece que voy a tener un poco más de tiempo libre. O no, pero por lo menos estaré más tranquilo para utilizarlo, que no es que sea poca cosa, precisamente.
Ayer hicimos la titánica prueba de intentar quedar después de años de no conseguir sentarnos a jugar a una mesa en parejas. Sí que había jugado con J. y M. al Terraforming Mars, pero hacer una partida a cuatro, ya ni me acuerdo. Para cuando pude llegar a casa ya eran las 22:00 y M. ya había claudicado presa del cansancio. Convenció a la Sra. Lantern a que no hiciera lo mismo y al cabo de poco estábamos ya en casa de J, dispuestos a jugar a algo.
Como siempre, la típica pregunta cuando se llega a ese momento ¿a qué jugamos? Miramos unos minutos la colección de J. y después de descartar los que no eran para 3 y los que nadie tenia ni idea de las reglas, acabamos escogiendo a un viejo buen juego...
Ay, el San Petersburgo. La última vez que lo jugué no teníamos hijos y quedábamos de forma no regular, sino casi religiosa, en casa de la (entonces no aún) ex-pareja de un amigo. La vida era más fácil entonces...
Lo recordaba como un eurogame (simbólico, de mecánicas simples pero bien definidas) sencillote aunque muy entretenido. Y en la partida de ayer me quedó claro que lo era, pero que es fácil perder de vista que por simples que sean las reglas eso no quita que pueda ser complejo de jugarlo bien. O sea, no quitar ojo a lo que hacen tus adversarios y saber jugar en consecuencia.
Las reglas pueden simplificarse en: cuatro colores de cartas, cada turno un color. Se bajaran los mazos y cada turno se completa la fila superior. Compras cada carta (si quieres) por su valor y puede darte dinero (a cobrar en el turno de ese color), puntos de victoria (ídem) o una condición especial. Cada carta cuesta una moneda menos por cada otra igual que tengas ya en juego. Las que no se compren al final de los cuatro turnos bajan a la segunda fila, donde cuestan una moneda menos. Si el coste está encuadrado, puede pagarse con una carta previa que tengas de coste inferior, complementándolo con dinero y descartando esa carta. Y además puedes coger una carta para pagarla después, pero no puedes ponerla en uso hasta que lo hagas y si no lo consigues te penalizará en puntos de victoria al final de la partida. Y creo que eso es todo. Nada complicado, pero da mucho juego.
Mi primera mano...
Y la última, con todo bien encarado para el final de la partida
Si, bueno, o eso pensábamos nosotros, que podríamos acabarla. Un mensaje de la canguro nos devolvió a la realidad, el pequeño se había despertado y no conseguía volverlo a poner a dormir, así que sintiéndolo mucho tuvimos que abandonar la partida y a J. para salir pitando a casa.
Lo dicho, antes la vida era más fácil. Y las partidas las acabábamos, casi siempre. Me recuerdan, que a veces incluso se llegaban a hacer ¡dos! ¡seguidas!
The VVitch: A New England Folktale o como se tradujo aquí, La Bruja, una Leyenda de Nueva Inglaterra va ser la próxima en formar parte del pequeño pero excelso grupo de películas que tenéis que ver. Ya os lo adelanto en el primer parágrafo para que no queden dudas. Miradla, en serio.
Así pues, dicho ya lo importante, vamos a por faena.
Ópera prima del director Robbert Eggers, basada en sus propios miedos infantiles a las brujas, se lanzó a la dirección después de unos cuantos cortos y mucho trabajo en diseño de vestuario y de producción, experiencia que se nota y mucho en la cinta que ahora reseñamos. Es una coproducción norteamericana-canadiense que causo sensación en el festival de Sundance, por su estética y ese horror (que no terror) psicológico de segundo plano, donde el fanatismo religioso, la superstición y el aislamiento frente a una naturaleza salvaje e inhóspita se juntan para crear una atmósfera asfixiante en la que la más mínima chispa desencadena el desastre.
Animalicos... Y sin embargo, ¿podemos echarles la culpa de algo o todo el mal que vemos lo traemos con nosotros?
La historia comienza con un padre de una familia de una comunidad puritana del nuevo mundo, que se decide a abandonarla, disgustado ante la laxitud de la fe de su comunidad frente a sus sólidos valores cristianos. Se lleva a su familia, buscando un lugar donde poder comenzar de cero, lejos de la falta de rigor de sus antiguos conciudadanos. Pronto encontrarán un lugar, en un claro cercano a un oscuro bosque. Sin embargo, de ese bosque se dicen muchas cosas. Supersticiones que ningún buen cristiano debería hacer caso... ¿no es cierto? Una vez ya asentados, la súbita desaparición del recién nacido hermano menor cuando estaba al cuidado de la primogénita será lo que desencadene una sucesión de eventos impredecibles, que llevaría a cualquier familia no devota a su ruina... aunque, de nuevo ¿es así?
Independientemente de lo que podáis opinar de ella una vez vista, coincidiréis conmigo en que la ambientación es prácticamente perfecta, el vestuario, la cabaña, las maneras de relacionarse en la familia, el fervor/fanatismo religioso con esas manchas de superstición en los más jóvenes, es prácticamente perfecto, sientes que estás viviendo allí con ellos. Todo evoca a la época y sus costumbres, que habremos conocido con frecuencia de otras historias como las de los juicios de Salem o personajes fantasiosos parcialmente ambientados en ese momento como Salomon Kane. Todo en la película es sobrio, riguroso y metódico, como debía ser vivir por aquél entonces.
Lo único que se le critica es el final, que no comentaré, pero debo decir que no coincido del todo con esa crítica, dado el desarrollo de la cinta y ciertos eventos que se han visto en él. Bueno, eso y algún punto de la superstición de los niños, mezclada con juegos infantiles, que cuesta creerse dentro de un ambiente de oscuro fanatismo religioso. Entiendo que es parte de la historia, pero si por aquél entonces los niños de ponen a jugar y cantar cancioncillas evocando a poderes malignos cerca de sus padres, para empezar los muelen a palos, eso seguro. A partir de allí, ya no se como van a continuar, pero seguro que no se hacía mucha broma con cabras negras, eso creo que lo tenemos todos claro.
Aun así, es una muy buena película, más que de terror de suspense psicológico con un poco de horror muy bien dosificado, donde lo que más espanta no es lo que hay sino lo que creemos que puede haber. ¿Es nuestra mente nuestro principal adversario a la virtud o realmente existen poderes oscuros que nos acechan? En la Nueva Inglaterra del s. XVII, sin duda, nadie dudaría de lo segundo.