Salgo temporalmente de mi letargo bloguero (culpa de una de las peores épocas de mi vida en cuestión de tiempo libre, por un cambio de trabajo que, a corto plazo, ha sido como un disparo en el pie) para añadir mi pequeño homenaje a un recientemente desaparecido, Stan "The Man" Lee.
Como llego tarde, igual habréis visto ya alguno de esos artículos que aparecen para comentar las cosas negativas de alguien, típicas cosas que nunca se mencionan el día de su muerte. No voy a hacer mención a ninguna de ellas, pues no es el momento ni el lugar. Independientemente de su relación con otros autores, es indudable que aportó un gran talento a las historietas de superhéroes, dotándolas de una credibilidad que hasta la fecha no habían tenido (ni nadie había echado demasiado en falta, por lo visto).
Stanley Martin Lieber entró a trabajar de ayudante (medio por enchufe) en la editorial Timely, lo que posteriormente sería la actual Marvel, justo después de finalizar el instituto y allí comenzó a escribir algunas historias con personajes clásicos de la era de oro, como Capitán América. Solo abandonó la editorial para servir en la segunda guerra mundial poco después del ataque a Pearl Harbor, donde en el ejército de los Estados Unidos pronto reconocieron su valía y le encargaron tareas de propaganda y diseño de carteles. A la vuelta a la compañía de cómics, ahora llamada Atlas, estuvo a punto de dejarla al ver que los superhéroes habían quedado abandonados tras el auge de los tebeos románticos, bélicos y del oeste.
Aquí es donde aparece la figura de su mujer, Joan Bocoock, de quien se dice que fue quien animó a Stan a hacer la historieta que a él le gustaría, ya que no tenía nada que perder. Esta fue el primer número de los Cuatro Fantásticos, un equipo formado por un científico, su novia, su cuñado y su mejor amigo, quienes atrapados en un cohete que se ve expuesto a una tormenta cósmica, desarrollan poderes extraordinarios. Hasta aquí todo muy de cómic normal y corriente. Solo que Reed Richards (Mr. Fantástico) se siente culpable del error, Ben Grimm (La Cosa) le odia por haberle causado la pérdida de su humanidad y Johnny Storm, la antorcha humana, es un peligro público con sus nuevos poderes. Son un antiequipo, pues se pelean, se gritan, tienen sus dudas respecto a los demás, se equivocan, pero siempre se reconcilian y encuentran la manera de volver a confiar en ellos mismos. Este enfoque humano, más propio de una familia que de un equipo de superhéroes fue radicalmente refrescante, en un sector acostumbrado a Superman (vengo de otro planeta y por eso soy superfuerte e invulnerable) y Batman (estoy traumatizado y por eso me hice el mejor en todo lo que hago), entre otros. El lector se podía identificar con el personaje que había más allá de sus superpoderes y sus aventuras.
Pronto llegaron muchos otros personajes, todos ellos exitosos, entre los que destacó fuertemente el amistoso vecino Spiderman. ¿Cómo no identificarse con un estudiante de instituto al que las chicas ignoran y sus compañeros de hacen bulling? Para colmo, cuando decide aprovecharse de sus nuevos poderes, en vez de triunfar accidentalmente causa la muerte de uno de sus dos únicos familiares, quien siempre le intentó enseñar lo que era la responsabilidad. La guinda en el pastel, que el chulo del instituto que le hace la vida imposible, sea precisamente el fan numero 1 de Spiderman y de los pocos que le apoyan. Una genialidad de historia.
Fue un creador de mundos maravilloso, que aunque estos mundos hayan perdido en la actualidad el control, no dejaron de maravillarnos con sus historias, que podrían haber pasado en nuestro barrio.
Hasta siempre Stan, gracias por esos momentos maravillosos.
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